Peter Brook - Kantor,Grotowski,Brook.doc

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I

I.                     NUEVA YORK, CAPITAL DEL TEATRO FINISECULAR

 

 

Si a finales del siglo XIX distintas capitales europeas, en especial París, se habían convertido en focos de creación y de irradiación de las nuevas formas teatrales; en el siglo XX, a partir de los anos 60, la atención se desplaza prioritariamente hacia los Estados Unidos de América, y sobre todo hacia la fascinante Nueva York.


Diversas circunstancias explican este fenómeno: el mito de la amistad y altruismo americano tras la Segunda Guerra Mundial; su predominio científico que crea una nueva era tecnológica; la eclosión de su economía, que convierte a sus habitantes en los nuevos ricos del universo; el empuje en diversos campos de expresión, particularmente en el cine; y el auge creciente de las galerías de arte, que dan el espaldarazo universal a los grandes pintores del mundo. El teatro, que contaba con el clima mas propicio, no podía ser una excepción. Por otro lado, la facilidad de los viajes intercontinenta¬les habían que un arte, considerado siempre de carácter nómada, no se resintiera de este desplazamiento de capitalidad. De hecho, los mejores grupos europeos habían saltado sin problemas el océano. Por contra, festivales como el de Nancy seleccionará sus espectáculos por todos los países del mundo. Esto hace que, hoy día, el arte teatral se presente variado y enriquecido por las aportaciones más diversas. La inquietud presente se centra en la preservación de lo autóctono frente a la invasión de formas foráneas.


En Estados Unidos, y en la década de los sesenta, a las causas antes citadas habría que añadir que el teatro se hace eco de la evolución del arte en todas sus variantes, sobre todo de la pintura -Como veremos enseguida-, e integra comportamientos humanos en los que caben todos los contrastes. Por otro lado, y a pesar de sus formas innovadoras, el teatro americano moderno no ha cerrado sus puertas al mundo, y menos aún a los movimientos europeos. Artaud, por ejemplo, se convierte en permanente ejercicio de reflexión para estas jóvenes vanguardias. Pero Artaud no lo era todo.


2. DEL TEXTO AL «HAPPENING»

 

Artaud no logró en su día romper con el texto dramático. Hasta él, y hasta las vanguardias que nos ocupan, el proceso teatral venía siendo el siguiente:

a) En el principio estaban el dramaturgo y su texto. U n texto intocable. No aceptarlo en su integridad, deformar su historia, variar sus intenciones, era calificado de mutilación, falta de coherencia o censura.
b) El director juzgaba las posibilidades de escenificación del texto y se convertía en su servidor. Los más radicales en este terreno sentenciarán: si un director no acepta el texto, que busque otro o escriba él el suyo; pero que deje tranquilos a los autores y a sus obras.
c) Una vez aceptado el texto, el director impondrá su interpretación del mismo a los actores y demás participantes del espectáculo.

En los años 60, el reinado del director se intentó cambiar por la cooperación con los autores o la creación colectiva del espectáculo. El texto, que centra parte de las reflexiones de estos grupos, ya no parecerá intocable. A la vieja concepción se ofrecían nuevas alternativas:

1. La más radical consistía en el rechazo del texto del autor. La parte hablada podía reducirse a unas cuartillas. Está claro que en tajes casos se da mayor relieve al espectáculo y sus manifestaciones audio-visuales, en particular al lenguaje del cuerpo.
2. A partir de unas ideas y del trabajo de los miembros del grupo, no sólo de los actores, se podía crear un texto base. Otras veces, se invitaba a un dramaturgo a que asistiera a los ensayos, a que se integrara en la dinámica del colectivo y, finalmente, a que redactara el texto definitivo sobre el que trabajar.
3. La variante más moderada, y no del todo original, consistía en la adaptación de una obra dramática o narrativa por parte de un dramaturgo. En principio se proponía la actualización del texto primero, a fin de ahorrar cuanto en él hubiera envejecido, y poner de relieve una ideología concreta. Es una técnica que conocían bien Brecht y Artaud, entre otros. El problema de la adaptación es que, una vez fijada, se convierte en un nuevo texto de autor que puede desencadenar las mismas fidelidades o rechazos que la obra original.

El debate sobre el texto y su presentación implicaba a todos los que integraban el espectáculo, principalmente al actor. Se intentaba crear una nueva imagen del actor responsabilizado en la gestación del trabajo escénico, opuesta a la del actor enteramente sometido a las decisiones del director. Se empezaba a tener conciencia de colectivo teatral.

Por las mismas razones, había que tener en cuenta al destinatario del acto teatral. Hasta entonces, el espectador había sido mero receptor; nunca partícipe. Todo para el público, pero sin el público. Brecht y Artaud, de nuevo, habían comprendido la necesidad de contar con el espectador; en definitiva, habían contemplado una cierta estética de la recepción.

Pero integrar al público en el espectáculo era tarea más compleja. Los mejores logros, en este sentido, parten del happening americano. Para que el espectador entrase en la obra, el emisor no debía Presentarla como un todo acabado. Si ya era así, ¿qué papel podía jugar aquél? Se pensó, entonces, que lo importante no era el resultado, sino su proceso. El happening derivaba de la action painting o pintura en acción. La alusión a Pollock es inevitable. Este colocaba por el suelo sus enormes lienzos, derramaba sobre ellos pintura y la extendía ayudándose de bastones que prolongaban sus brazos. Trabajaba con el ingenio y la espontaneidad del artista, con la posibilidad de poner siempre algo nuevo. No era preciso que el espectador asistiera a la gestación de la obra. El proceso parecía surgir del cuadro mismo. Más que la obra del artista, el espectador contemplaba su elaboración, la distribución de las manchas, cómo de éstas surgían las líneas, cómo se mezclaban los colores y tonos. Por sus formas y medidas, estos cuadros obligaban a adoptar distintos puntos de vista, perspectivas y enfoques. Pero lo más importante era que, como esta pintura se presenta inacabada -otros dirían que abierta, aunque se trate de dos nociones no coincidentes-, ello incitaba al espectador a continuarla, lo que suponía el modo más perfecto de participación. Y aún más: lo indefinido de la obra pictórica, su proceso y trabajo sobre el significante desprovisto de significado y de referentes previos, se oponía a toda una tradición milenaria anterior a estas vanguardias de corte surrealista. Estos cuadros liberaban el inconsciente del espectador, que proyectaba sobre ellos sus propias imágenes latentes.
En el terreno de la música, John Cage intentaba igualmente cambiar los hábitos pasivos del oyente. Se cita su concierto de 1952, en el Woodstock, en el que David Tudor interpretó su pieza para piano titulada Silencio 4' 33". En traje de noche, el pianista permanecía sentado ante el piano los cuatro minutos y treinta y tres segundos que indica el título, limitándose a cerrar y abrir la tapa para marcar los movimientos de la composición, pero sin tocar una sola nota. La música estaba formada por la respiración -informa Jotterand- y las reacciones de los oyentes, los ruidos de la sala y de los coches que pasaban por la calle, la lluvia en el tejado, el viento en los árboles. Este acontecimiento podría recordar las famosas veladas dadaístas, aunque en éstas existía una clara intención de provocar, mientras que ahora todo parecía estar preparado con gran sinceridad y respeto.
Por estas vías y otras parecidas el happening penetra en el teatro. El primero de ellos, propiamente escénico, fue obra del pintor Allan Kaprow. Tuvo lugar en 1959, en la Reuben Gallery, y se titulaba 18 happening in 6 parts. Según su autor, se distinguen tres fases: el ensamblaje o reunión de los materiales; los espacios que los envuelven, por los que el espectador puede andar, acostarse, arrastrarse o sentarse; y finalmente, el happening propiamente dicho, o fase en la que el artista introduce en aquel espacio una actividad que hace reaccionar al público. A distancia ya de estas experiencias, que en Europa podían intimidar o, por el contrario, ser recibidas con escepticismo, estos happening fueron positivos para el arte escénico, o bien por sí mismos o porque se integraron en espectáculos teatrales, parateatrales o semiteatrales. De esta manera se consiguió que la escena participase en las nuevas experiencias artísticas, dejando de ser un arte retrasado. Asimismo, cumplió el deseo artaudiano de la diversificación de los significantes teatrales en la conformación de un lenguaje específicamente dramático. Ello exigió del actor una serie de conocimientos y habilidades que se pudieron contemplar mucho tiempo después en bastantes grupos: mimo, danza, dominio de instrumentos musicales, etc. Jotterand resumió así el espíritu de esta moderna vanguardia, que designó zen y anarquista: «El happening suponía un esfuerzo confiado en poner al servicio de todos los hombres los recursos de la tecnología, haciéndolos conscientes por medio del arte -cine, danza, poesía, teatro, música-, de las riquezas cambiantes y múltiples de la existencia.» La idea del happening inspiró al teatro el descubrimiento del espacio, una actitud nueva con respecto al público, en paralelo con los esfuerzos del Living Theatre y del Open Theatre que buscaban, a través de las teorías de Brecht y Artaud, y de las técnicas próximas a Cage, poner a punto la improvisación colectiva.


3. THE LIVING THEATRE

 

En estrecha deuda con el happening se encuentra el Living Theatre, sin duda el grupo americano que mayor influencia ha ejercido en los colectivos teatrales contemporáneos del mundo entero. El mérito de esta empresa se debió a Julian Beck y Judith Malina. Beck era un pintor reconocido y amigo de artistas y escritores; Malina conocía las teorías impartidas por Piscator en los Estados Unidos. El nombre del grupo proviene del lugar en donde empezaron a representar en 1946: el salón (o living) de la casa de ambos, en el West End Avenue de Nueva York. Allí realizaron sus primeras cuatro Producciones.


En su etapa inicial escogen textos de gran altura poética. Los aspectos formales del lenguaje son para ellos primordiales. El repertorio es elocuente: Gertrude Stein, García Lorca, Jarry, Cocteau y hasta Racine. De texto en texto descubren tres autores que les incitan a una mayor reflexión sobre el hecho escénico: Pirandello Brecht y, sobre todos ellos, Paul Goodman. Desde esta primera tentativa de teatro de autor, el Living quiere establecer sus modos propios de investigación, que lo distancian de las técnicas de más prestigio en los Estados Unidos de aquella época, como la del Actor's Studio de Strasberg. Joe Chaikin, que antes de fundar el Open Theatre fue actor del Living, resumió tal pensamiento: «Strasberg olvida lo esencial: el teatro no es una introspección individual y colectiva; es más bien un encuentro entre el actor y el espectador.»
En una fase posterior, con obras como The connection y The brig, los actores son entrenados con juegos aleatorios e improvisaciones. Judith Malina inventó unos ejercicios, que escribió en unas dos mil doscientas tarjetas, en donde anotaba actividades muy variadas sobre diversas escenificaciones. Estos ejercicios los alternaba con entrenamientos de yoga o experimentos de corte naturalista que obligaban a los actores a vivir en las condiciones de los personajes a lo largo de los ensayos de una obra.


En The brig (La prisión) introduce en su experiencia el contacto directo con la crueldad artaudiana. Se trata de un espectáculo terrorífico construido con técnicas del happening. La prisión fue también para el grupo una experiencia extrateatral. Sus ideas anarcopacifistas, sus reiteradas propuestas públicas contra el armamentismo, la represión racial o la guerra de Vietnam, sus tomas de posición a favor de la liberación sexual o de los drogadictos, convirtieron al Living -formado por unas cuarenta personas- en un grupo incómodo para los gobernantes americanos.
Todas estas circunstancias les empujaron a la que denominaron aventura europea, que iniciaron con una memorable producción llamada Mysteries and smaller pieces (1964). Esta representación debe también mucho a los happenings. No consta de historia propiamente dicha, sino de una serie de acciones distribuidas en nueve cuadros. En ellos, los actores descendían al espacio del espectador con varillas de incienso y, en distintos lugares de la sala, en extrañas posiciones, improvisaban de manera colectiva, desarrollaban ejercicios corporales en los que los movimientos obedecían rítmicamente al sonido, hacían largos silencios, cantaban salmodias o letanías que el público podía corear invitado por los actores. El teatro no era ya un pasatiempo, sino un compromiso.
En Frankenstein mostraban una construcción perfectamente compartimentada en forma de andamiaje. Mayor era la parcelación en paradise now, dividido en ocho secciones o habitaciones, que los espectadores tenían que recorrer guiados por los actores. Con ello se pretendía hacer un viaje por las distintas revoluciones sociales, culturales y sexuales, con un curioso empleo de la iluminación, que recorre el espectro solar, del negro al blanco.

En todas estas obras de su fase posterior, el texto apenas si llena unas cuartillas. La escenificación está hecha a base de ejercicios, a los que trasladan sus experiencias propias, las técnicas de los actions-painters y del happening. A la pintura moderna deben igualmente la transposición a la escena de las técnicas del collage y del ensamblaje. Es la técnica de Antígona, obra que enarbolaron contra la guerra del Vietnam, y que pasearon por el mundo entero hasta bien entrados los 80.


4. THE OPEN THEATRE

 

En 1963, dos destacados miembros del Living, Joe Chaikin y Peter Feldman, fundan un nuevo grupo en Nueva York: el Open Theatre. Chaikin advertía que mientras que al Living le interesaba primordialmente la protesta política, él prefería realizarse como actor. En él, como antes en Stanislavski y sus seguidores americanos, 'hay una convicción básica: el teatro está en el actor. Por ello, desde su adolescencia asiste a numerosos cursos de formación, manejando las enseñanzas de Mira Rostova y del Actor's Studio. «A diferencia -del cine, lo elemental en teatro es la presencia actual. Actuar es manifestar visiblemente partes de nosotros mismos sin separar nuestra mente de nuestras vísceras. Como artistas somos vehículos que posibilitan que las ideas se manifiesten formalmente a través de nuestras sensaciones [...] El artista que utiliza su arte para reclutar adictos a su ideología está actuando como un vendedor.» Son pensamientos del propio Chaikin.
El Open Theatre contaba con autores como Jean-Claude van Ilie o Michael Smith, directores como Peter Feldman, actores, músicos y hasta críticos. Para el Open, la presencia de éstos últimos venía a significar el conocimiento teórico, algo así como el dramaturgo en su acepción alemana. En sus sesiones de trabajo y ensayo, intentaban integrar con gran libertad todos los lenguajes que puede recoger la escena, en un afán por superar al naturalismo, dando paso a un teatro acorde con la evolución del arte de nuestro tiempo, sin descartar el abstracto. Y todo ello, sin caer en hermetismos, ya que el artista nunca debe olvidarse del público.

En la formación del actor del Open también cuentan las sesiones de entrenamiento, a base de ejercicios ideados por el propio Chaikin o procedentes del método Stanislavski en su último periodo de superación del naturalismo. Una vez más, de la mano de Jotterand mostramos cómo se integran tales ejercicios en una escenificación del grupo, en Viet-rock:

Tumbados, en círculo, en las losas de un gran rectángulo rodeado por el público en tres de sus lados, los actores, en vaqueros, se unen en una melopea -ejercicio del Coro. Se transforman en niños acunados por sus madres. Se les llama al ejército; ejercicios de entrenamiento, vuelos al Vietnam; los actores componen, con sonidos y movimientos, las distintas piezas de un helicóptero del que saltan soldados transformados en vietcongs y en yanquis cuestionados. Los cambios de los personajes son realizados de manera que la anécdota gestual no rompa nunca la línea emotiva. Cambios advertidos: víctimas que se convierten en verdugos, aldeanos en viejos, madres americanas en encantadoras geishas... Cuando mueren los actores, acribillados por sus propios aviones, los espectadores hemos vivido con ellos su destino desde los vagidos del nacimiento hasta la silenciosa rigidez de la muerte. Finalmente, los actores se levantan, se acercan a los espectadores, les tocan el pelo, los hombros, los pies... dándonos la impresión, como deseaba Chaikin, de haber compartido la experiencia de nuestra mortalidad.

En similar línea de investigación presentaron otras experiencias límite, como America Hurrah (1968), The serpent (1968) y Terminal (1970). Poco después, el grupo se disuelve por temor a la institucionalización, a la asimilación y por las diferencias ideológicas y estéticas entre sus componentes. Un final bastante común en grupo' americanos y europeos.


5 LAS REVELACIONES DE NANCY


El Festival Mundial de Nancy, que empezó siendo un Festival ~ Teatro Universitario, cambió pronto de giro para convertirse en el primer Festival de Teatro experimental del mundo. Los franceses supieron, como nadie, lanzar a la popularidad a grupos llegados de Asia, África, América... Nos detendremos en algunas 10Jocionet surgidas a partir de 1968. Durante estos años, el Festival adquiere un elevado nivel de concienciación política, consiguiente a las «revoluciones» de 1968, particularmente en Francia. Una nueva sensibilidad está surgiendo con una carga considerable de rebeldía y de crítica hacia las formas del Poder. Pero a Nancy, y a su director Jack Lang, les interesa aún más la calidad de las innovaciones escénicas. El Bread and Puppet, el primero de nuestros grupos seleccionados, aparece por Nancy precisamente en 1968.


 

 

«Bread & Puppet»

 

Aunque los modernos movimientos escénicos, tal y como estamos comprobando, se mueven en coordenadas cercanas a la pintura y la escultura, ninguno alcanza tanta dimensión plástica como el Bread and Puppet. Su propio mentor y creador no procede del mundo literario, sino del plástico. Peter Schumann era un escultor de vocación, que se dedicaba no poco a la danza. En 1961 encabeza un movimiento que, bajo el lema de «el teatro es como el pan, más que una necesidad», aporta una inusual estética para el mundo del teatro: la incorporación de la gran marioneta al escenario, marionetas de unos cinco metros de altura, manejadas por actores no necesariamente profesionales en perfecta y conjuntada armonía plástica. El hecho suponía una reacción contra el teatro literario, ya que sus .Muñecos vivientes» propiciaban justamente lo contrario: el teatro no narrativo o antinarrativo. Si bien es cierto que, la mayoría de las veces, el escenario era la propia calle, Schumann no hizo ascos a las reglas del juego que suponía el local cerrado al uso. Fuera o dentro, Bread and Puppet Theatre dejó atónitos a los espectadores americanos de los 60, y posteriormente a los europeos que habían visto tales innovaciones del grupo sólo en reportajes. También a éstos les fascinó Europa en sus giras, y más aún, encontraron en no pocos rincones -Italia sobre todo- medios culturales que favorecían mejor sus tareas de investigación.
La iconografía de matiz religioso era una de sus más señaladas características, tal y como podía verse en The Cry of the People for Meat o en The Domestic Resurrection Circus. The Stations of the Cross (1972) es una pasión moderna, pues trata de la vida de Cristo. En poco más de una hora de duración, y sin ningún diálogo -como era habitual en el grupo- se asistía a un verdadero Vía Crucis, con sus catorce estaciones o paradas. Era común la intervención de un coro que, tras el toque de campana, entonaba diversas salmodias. En 1981 presentaron en Nueva York versiones de obras tan conocidas como Voyzeck de Büchner, para después trabajar en Italia un tipo de producción más en consonancia con sus orígenes, aunque ya sin perder contacto con los elementos textuales.


El Teatro campesino


El Teatro campesino de Méjico es revelado en Nancy en 1969. Presenta allí sus Actos, sketches, poblados de lazzi, en los que el humor se contagia de una amarga ironía. Sus personajes son reconocibles: el patrón, el huelguista, el embaucador, el «amarillo».
El guía del grupo es Luís Valdés, que ha tenido sus contactos con Peter Schumann, y ha trabajado con la San Francisco Mime Troupe, en donde asimiló las técnicas de la Commedia dell'Arte. Al volver a Méjico y tomar conciencia de la realidad social de su país, piensa en cómo poner sus conocimientos teatrales al servicio de sus compatriotas explotados. Una larguísima huelga de trabajadores de la viña en el campo será el detonante. Habrá que mostrar un teatro elemental. Los espacios de la representación serán el campo y los lugares de los campesinos. Los comediantes serán también campesinos. Los medios serán rudimentarios: algunos accesorios, pancartas colgadas del cuello...


Posteriormente, Valdés pasa a un teatro más elaborado: los corridos. Su origen se encuentra en el corrido mejicano: canto acompañado a la guitarra mientras otros bailan o miman la historia cantada. En los corridos nos encontramos con personajes como el diablo), la diablesa, la calavera. Los corridos cuentan historias de amor, de celos y de muerte. En el llamado Rosita Alvírez, la joven será asesinada por un señor al que no le permitió bailar con ella. ¿Por qué los diablos, las calaveras? Valdés cree que, aparte su teatralidad, estas figuraciones encarnan el mal que llevamos en nosotros mismos, y nos transportan a niveles más profundos de nuestro yo.
Finalmente, el Teatro Campesino trabajará sobre una forma más elaborada, el Mito. Para Valdés, el mito transgrede la lógica. El cano conecta sin dificultad con la religiosidad profunda de sus mitos. Evoca, como ejemplo revelador, el mito del fin del mundo, muy popular en Méjico.

 

Un chicano encuentra al ángel Gabriel, quien le dice que el mundo va a acabar. Tres distanciados toques de trompeta marcan este final. El primero significa el acabamiento de la vida cotidiana. Al chicano le ocurren cosas terribles: se drogan sus hijos, es violada su hija... El segundo toque nos abre a lo sobrenatural: demonios, muertos que visitan al chicano y se vengan de él. El tercero da paso al acabamiento cósmico. El chicano, y el mundo, se descomponen. La última escena nos presenta al chicano en su cama, rodeado por su familia. Fue una muerte normal. No hubo tal final del mundo.


Bob Wilson

 

Ningún espectáculo, en toda la historia del Festival de Nancy produjo tanta expectativa como I a mirada del sordo, del americano Bob Wilson. ¿Cómo es la mirada de un sordomudo? ¿Cuál es su penetración? A Colette Godard le asombrará la presencia misma del actor, su impasividad, su mirar petrificado, hipnótico. No contaba el tiempo para esta mirada. En Nancy, el espectáculo duró siete horas y media. Durante ese tiempo, se asistía a un relato de gestos de gran lentitud, mientras de la memoria interior del personaje iban surgiendo las imágenes. Música lejana, procedente de los bastidores. Silencio. Unas notas de piano que parecen hipnotizar el tiempo. La rampa. Algunos proyectores y el humo que nos transporta a una claridad crepuscular, inestable, con variaciones imperceptibles. La maquinaria artesanal -poleas, raíles-, hace desfilar por los ojos del sordo, todo un mundo sonámbulo, poblado de recuerdos, entre ellos, inevitable, el de la nodriza negra, vestida de negro, que apuñala a un niño. La tensión, la lentitud de los gestos, convierten la mínima porción de este espectáculo en un momento ceremonial.


Ese es, en nuestra opinión, el secreto de Bob Wilson. Se trata descomponer las acciones y secuencias en todos y cada uno de sus pasos y movimientos menores, para teatralizarlos uno tras otro. Veamos cómo Stefan Brecht expone la secuencia de la mujer negra: «La mujer se vuelve. Lentamente se pone un guante negro. Lentamente echa la leche en uno de los vasos y se lo lleva al niño, con igual e increíble lentitud. Lo toma el niño, sin mirarla. Bebe Un poco. La mujer espera. Retorna el vaso. Lo deja en la mesa. La mujer coge el cuchillo. Lo limpia con gran lentitud. Se vuelve. Avanza. Vuelve al niño. Se inclina. El niño está leyendo de nuevo. Le clava el cuchillo en el corazón. Cae el niño al suelo. Ella guía su caída hasta el suelo con la mano izquierda. Vuelve a apuñalarlo. Lo apuñala deliberadísimamente en la espalda. Recoge el cuchillo. Vuelve a la mesa. Limpia el cuchillo.»
En realidad, Bob Wilson estaba partiendo de su propia historia. Hasta los diecisiete años había permanecido mudo. Una bailarina le demostró que su enfermedad tenía un origen psíquico. Al tercer mes de entrenamiento con ella, Bob recobró el habla. Otro día observó a un policía golpear a un niño negro por haber apedreado los cristales de una iglesia. El niño era sordomudo. Tras nueve meses de diligencias, Bob Wilson consigue sacarlo de la cárcel. Lo toma a su cuidado. Descubre que el niño había perdido el uso de la palabra al ver a una mujer negra apuñalar a un niño.


Ouejío


El grupo sevillano La Cuadra será invitado al Festival de Nancy en 1972. Presentó una obra de impacto, Ouejío. El público quedó anonadado. Ouejío remitía a un teatro ancestral, autóctono. La estructura de la obra era sencilla. Cantes flamencos, desgarradores, acompañados por el guitarrista, en escena, al tiempo que los bailaores, en impresionantes zapateados convulsionaban el ritmo hasta el total agotamiento. Todo ello, dentro de un clima medido, de gestos lentos, ceremoniales. El teatro de la crueldad encontraba aquí una confirmación a su medida.
El lanzamiento fue fulgurante. La obra fue contratada para diecisiete festivales internacionales y alcanzó cerca de las ochocientas representaciones en España y en países de Europa y América. Tras Ouejío, vinieron otros estrenos, todos enraizados en Andalucía: Los palos, Herramientas, Andalucía amarga, Crónica de una muerte anunciada... con los que La Cuadra ha seguido dando pruebas de la eficacia de un método.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

6. EL «TEATRO POBRE» DE JERZY GROTOWSKI

 

Aunque las aportaciones de las vanguardias americanas que hemos visto no se distinguen precisamente por el coste de las producciones, tampoco se puede negar un tono espectacular que sin duda les viene del medio en donde se desarrollan. En Europa, en cambio, una corriente modifica el viejo hábito naturalista, oponiéndose, además, al sistema de exhibición y organización al uso. Su marco de acción es muy limitado, propio del laboratorio de donde surge; su gestión, pura y simplemente la de una escuela de actores. Jerzy Grotowski (Rzessów, 1933) es una de las personalidades más destacadas del teatro contemporáneo, que ha aportado peculiares matices y evoluciones al método Stanislavski y a la épica brechtiana.


Después de estudios escénicos en Cracovia y Moscú, establece en Wroclaw un Instituto de Investigación sobre el actor, formando una compañía con los propios alumnos del centro. Sus producciones (Caín de Byron, Fausto de Marlowe, Hamlet de Shakespeare, El príncipe constante de Calderón o Apocalipsis cum figuris, sobre textos de la Biblia) inciden sobre mitos próximos a una conciencia colectiva. Grotowski rompe con la forma tradicional de llegar al teatro. Piensa que éste, para el profesor, no es más que un buen lugar donde el actor declama un texto; para el espectador, una simple distracción, incluso para los que tienen aficiones culturales y se sienten ennoblecidos; para el escenógrafo, es un arte plástico al servicio del drama; para el actor, es él mismo; y para el director de escena, una forma de desahogar sus instintos políticos o artísticos. Su teoría surge precisamente de la negación de las categorías anteriormente definidas. Cree que el teatro puede existir sin vestuario, decorado, luminotecnia, incluso sin texto; como nunca lo imagina es sin actores y espectadores. El actor justifica la idea fundamental de su propuesta: le pide que testimonie, que comunique su vida interior. Debe descubrir sus posibilidades de gesto y voz. Para expresarse, estudia un lenguaje de signos. De esta forma, el actor siempre es creador en la escena. «El primer deber del actor es entender bien el hecho de que aquí nadie pretende darle nada; al contrario, se procurará sacar de él lo más posible, librándole de algo que está normalmente muy arraigado: su resistencia y reticencia, su inclinación a esconderse tras unas máscaras, su tibieza, los obstáculos que su cuerpo coloca en el camino del acto creador, sus hábitos e incluso sus habituales buenas maneras», dice en una de sus Declaraciones de Principios.
Posteriormente a esta teorización, que resume en su obra Hacia un teatro pobre, y tras ofrecer varias versiones de sus más famosas creaciones, se dedicó por completo a impartir seminarios por toda Europa y América, fijando su residencia en Estados Unidos.

 


7. EL «ESPACIO VACIO» DE PETER BROOK

 

Entre los creadores más notables del teatro de finales del siglo XX figura por derecho propio el inglés Peter Brook (n. 1925), autor de cuatro interesantes ensayos que se publicaron conjuntamente con el nombre de El espacio vacío (1968), penetrante análisis sobre problemas del teatro actual. A Brook se le ha acusado de eclecticismo, de acaparar todas las tendencias, algunas de ellas incluso opuestas, de intentar satisfacer a los más diversos públicos. Frente a ello cabe responder que en la historia del teatro pocos creadores han mantenido toda su vida un mismo estilo de trabajo. Brook ha mostrado un cambio continuo en sus montajes, bajo el parecer de un saludable inconformismo. También ha sabido auscultar la sensibilidad teatral, al tiempo que ha tenido el ingenio, atrevimiento y buen gusto necesarios para saber investigar dentro de unas fórmulas concretas. Todo ello dejando, en muchos casos, que el propio texto impusiera la forma escénica.
 

Brook se inicia como director en 1945, dentro de la más clásica tradición inglesa, destacando particularmente por sus montajes sobre textos de Shakespeare, en la Royal Shakespeare Company, donde dirige a actores de la talla de Olivier, Gielgud y Scofield. Posteriormente evolucionó hacia formas de vanguardia, encontrándose en su camino con el teatro de la crueldad artaudiano, en colisión con sus teóricos planteamientos brechtianos. Quizá entonces es cuando da con sus más espectaculares montajes, como Marat-Sade de
Peter Weiss (1964), Los biombos de Jean Genet (1964) y Sueño de una noche de verano (1970), en el que combina la magia y el circo con el teatro de muñecos y el music-hall.
No hay en Brook una verdadera inclinación hacia el teatro colectivo, aunque efectúe esporádicas experiencias con grupos, rompiendo tradicionales relaciones de sumisión entre maestro y alumnos. Su etapa en la Gare du Nord de París le lleva a un trabajo en equipo que le transporta a muy diferentes culturas orientales, en las que últimamente investiga con no poca fortuna. Inició dicha trayectoria con un trabajo sobre mitos en lejanos pueblos saharianos (La conferencia de los pájaros, 1979), y ha llegado a su punto culminante con el Mahabharata (1985), una religiosa y épica narración

 

 

8. ÚLTIMOS GRANDES CREADORES ESCÉNICOS EUROPEOS

 

 

Que los últimos grandes creadores del teatro finisecular son directores de escena es algo que pocos discuten. Un periodo iniciado por la aparición de los pioneros de la mise en scène –como Antoine o Stanislavski- va a concluir con el mantenimiento de unos nombres emblemáticos para la actual historia del teatro. Destacamos, entre ellos, los que, en nuestra opinión, son más significativos, Tadeusz Kantor y Giorgio Strehler, junto a la cita obligada de una importante pléyade de creadores, a la cabeza de los cuales situaremos a Jean-Louis Barrault, Luca Ronconi, Roger Planchon y Víctor García.

 

Tadeusz Kantor

 

TADEUSZ KANTOR (n. 1915) procede de la pintura, como otros tantos directores contemporáneos. Iniciado en la práctica del happening, no se distingue precisamente por tal tendencia. Sus raíces están en la tradición polaca, en el choque entre el mundo cristiano y el judío y en la historia reciente de su país, combinando muy diversos procedimientos. Kantor toma partido por ese inconsciente colectivo que forma el pueblo polaco, con su dolor y ironía, así como con la estética que lo manifiesta. Sus componentes culturales pueden calificarse de vanguardistas, pues se complace con las tendencias irracionales simbolistas y fantásticas. Le fascina Maeterlink, Hoffmann, Kafka, así como los polacos Wyspiansky, Gombrowicz, Schulz y Witkiewicz. Pero lo sorprendente es que su mirada interior, y su posterior plasmación en la escena, acercarán éstas y otras muchas opciones a un realismo pleno y convincente.
Tras un periodo como escenógrafo, en 1953 funda el grupo Cricot-2, en el que elabora sus más famosos espectáculos (sobre todo con las obras de Witkiewicz, El calamar, 1955, El armario, 1966, y La gallina de agua, 1968). En ellos hay algo extraño y difícil de expresar, que se adueña del público despertando el inconsciente, a la vez que lo sacude al compás del ritmo escénico de sus figuras hieráticas que parecen doblar el yo oculto en la rigidez obsesiva del maniquí. Al intentar expresar de este modo su arte profundo surgen los más importantes trabajos de Kantor, La clase muerta (1975) y Wielopole, Wielopole (1980). La primera sobre todo es una muestra del último y más avanzado estilo que logra el director polaco; es lo que él llama «el teatro de la muerte», plenamente manifestado con su presencia continua en el escenario, como patético testimonio de la fugacidad de la creación teatral.


Para Kantor, el texto y su autor son compañeros inseparables de viaje. Sobre el texto se han de crear las situaciones y acciones, que dependerán, en cada obra y en cada momento, del grado que «ha alcanzado mi conciencia artística». Una conciencia para la que el arte, y particularmente el arte dramático, es vida, no imitación de la vida. Como en Artaud y en los happening, lo importante no es la obra, sino su proceso, su creación.

 

 

 

 

 

 

No es la obra-producto

lo que importa

no es su aspecto

«eterno» e inmutable
sino la acción misma de crear.

 

 


Otros directores

 

La figura de GIORGIO STREHLER (n. 1921) es inseparable de sus montajes en el Piccolo Teatro de Milano fundado en 1947, una de las instituciones de mayor renombre en la segunda mitad del siglo XX. Ensalzado por unos, otros discutirán sus puestas en escena, particularmente los montajes de Brecht, tachados de ilusionistas. Llega a ellos y a la influencia del Berliner Ensemble después de una amplia enseñanza en la puesta en escena tradicional. Además de investigar en aquella dramaturgia, y dejar una serie de propuestas definitivas, sobre todo con textos de Shakespeare, pone su mirada en la escena italiana, consiguiendo montajes modélicos inspirados en formas plásticas del pasado. Arlequín servidor de dos amos de Goldoni, es un espectáculo que ha ido reponiendo en sucesivas ocasiones, desde 1947, y que marca su conexión con la tradición teatral italiana, en donde se sitúa la utilización de la máscara y del movimiento escénico propios de la commedia dell'arte. El gusto de Strehler por el siglo XVIII se manifiesta en sus ...

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