Jude Deveraux - El Caballero de Brillante Armadura.doc

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El caballero de brillante armadura

El Caballero de Brillante Armadura

 

 

Prologo

 

 

Inglaterra, 1564

 

Nicholas estaba tratando de concentrarse en la carta que escribía a su madre, una carta que, probablemente, era el documento más importante que jamás había escrito. Todo dependía de esta carta, su honor, sus bienes, el futuro de su familia y su vida.

Sin embargo, mientras la escribía, comenzó a oír algo. Al principio suavemente, pero luego cada vez con mayor intensidad. Era el llanto de una mujer, pero no un llanto de dolor o aflicción, sino de algo más profundo.

Volvió a prestar atención a la carta, pero no pudo concentrarse. La mujer necesitaba algo, pero él no sabía qué. ¿Consuelo? ¿Alivio?

No, pensó, necesita esperanza. Las lagrimas, el llanto, eran los de una persona que ya no tenía esperanza.

Nicholas volvió a mirar el papel. Los problemas de la mujer no le concernían. Si no terminaba esa carta y se la entregaba rápido al mensajero que estaba esperando, su propia vida no tendría esperanza.

Escribió dos líneas más y se detuvo. El llanto de la mujer aumentaba. No era fuerte, pero parecía aumentar en cantidad hasta llenar la habitación.

—Señora—murmuró—déjeme en paz. Daría mi vida por ayudarla, pero está comprometida.

Tomó la pluma y escribió, con una mano sobre su oído, tratando de no oír la desesperación de la mujer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 1

 

Inglaterra, 1988

 

 

Dougless Montgomery se sentó en el asiento de atrás del coche; Robert y Gloria, su hija regordeta de trece años, delante. Como siempre Gloria estaba comiendo. Dougless colocó sus delgadas piernas a los lados del equipaje de la muchacha para estar mas cómoda. Había seis maletas grandes y costosas con las pertenencias de Gloria y como no cabían en el maletero del coche alquilado, iban apiladas en la parte trasera junto a Dougless.

—Papi—se quejó Gloria como un niño enfermo de cuatro años —ella está raspando las maletas tan bonitas que me compraste.

Dougless apretó los puños, clavándose las uñas en las palmas. Ella. Nunca la nombraba. Sólo ella

Robert la miró por sobre su hombro; sólo se le veía el cabello castaño.

—La verdad creo que podrías ser más cuidadosa.

—No he raspado nada. Estoy bastante incómoda sentada aquí. No hay mucho espacio.

Robert suspiró fastidiosamente.

—Dougless, ¿Tienes que quejarte por todo? ¿Ni siquiera puedes disfrutar las vacaciones?

Ella contuvo su enfado, y luego se pasó la mano por el estomago. Le dolía otra vez. Ni siquiera se atrevió a pedirle a Robert que se detuviera para beber algo y así poder tomar un Almax para calmar el trastorno. Levanto la vista y vio a Gloria sonriéndole burlonamente a través del espejo. Desvió la mirada y trató de concentrarse en la belleza de la campiña inglesa.

Había campos verdes, antiguas cercas de piedra, vacas y más vacas, pequeñas casas pintorescas, magnificas mansiones y... Y Gloria, pensó. Gloria en todas partes. Robert continuó diciendo—Es sólo una niña y su madre la ha abandonado. Ten un poco de consideración. En realidad, es una niña dulce.

‘Una niña dulce’. A los trece años, Gloria llevaba más maquillaje que ella a los veintiséis, y se pasaba horas en el baño del hotel poniéndoselo. La niña se sentó en el asiento delantero del coche.

‘Es sólo una niña y es su primer viaje a Inglaterra.’

Se suponía que Dougless debía leer los mapas y seguir las indicaciones, pero el que casi no pudiera ver con la cabeza de Gloria parecía no importar mucho.

Trató de concentrarse en el paisaje. Robert afirmaba que ella estaba celosa de Gloria, que no deseaba compartirlo con nadie, pero que, si se tranquilizaba, serían un trío muy feliz.

‘Una segunda familia para una niña que ha perdido mucho.’

Dougless había tratado de llevarse bien con Gloria. Durante el año que hacía que vivía con Robert la había llevado de compras y había gastado en ella más dinero del que su reducido salario de maestra de escuela de primaria le permitía gastar en sí misma. Noche tras noche, se había quedado con ella en casa de Robert, mientras él asistía a fiestas y cenas.

‘Es hora de que os conozcáis.’

En algunas ocasiones, Dougless pensó que la cosa estaba funcionando, ya que Gloria y ella eran cordiales e incluso amistosas una con otra cuando se encontraban solas. Pero en el momento en que aparecía Robert, Gloria se convertía en una mocosa llorona y mentirosa. Se sentaba en el regazo de su padre, con su metro cincuenta y siete, sesenta y tres kilos, y se quejaba de que ella era desconsiderada. En un principio, Dougless negó estas acusaciones y puntualizó que amaba a los niños, razón por la cual había elegido enseñar, y no por el dinero. Pero Robert siempre le creía a Gloria. Decía que era una niña inocente e incapaz de cometer las falsedades de las que Dougless acusaba a la pobre. Sostenía que no podía comprender cómo una persona adulta como ella era capaz de tomarla con una niña pequeña.

 

Durante esos sermones de Robert,  Dougless sentía culpa y furia. Tenía una clase de niños que la adoraban, pero Gloria parecía odiarla. ¿Era ella celosa? ¿Estaba permitiendo inconscientemente que esta niña supiera que no deseaba compartir a Robert con su propia hija? Cada vez que le venían estos pensamientos, prometía esforzarse más para agradar a Gloria, lo cual generalmente significaba salir y comprarle un regalo costoso.

Su otro sentimiento era la furia. ¿No podía Robert ponerse una vez, una sola, del lado de ella? ¿No podía decirle a Gloria que su comodidad era más importante que sus malditas maletas? ¿O quizá decirle que ella tenía nombre y que no debía nombrarle siempre como Ella? Pero hasta el momento, Robert no había considerado la posibilidad de ponerse de su lado.

Y ella no se atrevía a enfurecerlo. Si lo provocaba, no obtendría de él lo que tanto deseaba, una proposición de matrimonio.

El matrimonio era lo que Dougless más deseaba en la vida. Nunca había tenido ambiciones como sus hermanos mayores. Sólo deseaba un bonito hogar, un esposo, y algunos niños. Quizá algún día escribiría libros para niños, pero no deseaba luchar para escalar posiciones.

Había invertido dieciocho meses de su vida en Robert, y era el candidato perfecto para esposo. Era alto, bien parecido, elegante en el vestir y un excelente cirujano ortopédico. Era ordenado, siempre colgaba sus ropas, no perseguía a las mujeres, y siempre venía a casa cuando decía. Era digno de confianza, seguro y leal; y la necesitaba mucho.

A Robert no lo habían querido mucho cuando era niño y le había explicado a Dougless que su corazón dulce y generoso era lo que había buscado durante toda su vida. Su primera esposa, de la cual se había divorciado hacía cuatro años, era fría, una mujer incapaz de amar. Deseaba una ‘relación permanente’ con Dougless, lo que para ella significó ‘matrimonio’, pero primero quería saber cómo se ‘relacionarían’ el uno con el otro. Después de todo, la primera vez le habían herido mucho. En otras palabras, deseaba que vivieran juntos.

Por lo tanto, ella se mudó a su enorme, costosa y magnifica casa e hizo todo lo posible para probarle que era muy cálida, generosa y amorosa, ya que su madre y su primera esposa habían sido frías.

Con la excepción de tratar con Gloria, vivir con Robert era grandioso. Era un hombre enérgico, e iban a bailar, a correr, a pasear en bicicleta. Disfrutaban mucho y con frecuencia asistían a fiestas.

Robert era mucho mejor que cualquiera de los otros hombres con los que ella había salido, por lo tanto le perdonaba sus pequeños caprichos, la mayoría de los cuales se refería al dinero. Cuando iban a comprar comida siempre se ‘olvidaba’ la cartera. En la ventanilla de los cines, y cuando había que pagar la cuenta de los restaurantes, casi siempre descubría que se había olvidado de la billetera en casa. Si ella se quejaba, le hablaba sobre la nueva era de mujeres liberadas y sobre cómo la mayoría estaban luchando para pagar la mitad de los gastos. Luego la besaba dulcemente y la llevaba a cenar a algún lugar caro y pagaba él.

Dougless sabía que podía soportar los pequeños problemas, como la tacañería de Robert; pero lo que la preocupaba era Gloria. De acuerdo con Robert, la mocosa gorda, de malos modales y mentirosa era la perfección encarnada, y como ella no la veía de esa manera, Robert comenzó a verla como al enemigo. Cuando los tres estaban juntos, Robert y Gloria se encontraban en un equipo, y Dougless, en el otro.

Ahora, en el asiento delantero Gloria le ofrecía a su padre un dulce del bolso que llevaba sobre el regazo. Ninguno parecía pensar en ofrecerle uno a Dougless. Esta miró por la ventanilla y apretó los dientes. Quizás era la combinación de Gloria y el dinero lo que la enfurecía tanto. Quizá su enfado por el dinero era lo que la predisponía en contra de la niña.

Cuando conoció a Robert, conversaron durante horas sobre sus sueños y a menudo hablaron sobre un viaje a Inglaterra. De niña, viajaba con frecuencia a Inglaterra con su familia, pero hacia muchos años que dejó de hacerlo. Cuando ella y Robert comenzaron a vivir juntos en septiembre del año anterior, él le dijo: ‘Vayamos a Inglaterra dentro de un año. Para entonces lo sabremos’. No le aclaró lo que ‘sabrían’, pero ella sabía que se refería a sí eran compatibles para el matrimonio.

Durante todo el año, planificó el viaje. Reservas en los pequeños hoteles más románticos, exclusivos y costosos. Robert le había pedido con un guiño: ‘No escatimes gastos para este viaje.’ Había comprado folletos, libros de viaje y leído e investigado hasta aprender el nombre de la mitad de los pueblos de Inglaterra. Él deseaba que fuera un viaje educativo, entonces ella preparó una lista con varias cosas para hacer cerca de cada uno de los pequeños y adorables hoteles, lo cual era fácil, ya que Gran Bretaña es como un paraíso para amantes de la historia.

Tres semanas antes de partir, Robert comenzó a decirle que tenía  una sorpresa para ella en este viaje, una sorpresa muy, muy especial, que la colmaría de alegría. Dougless trabajó con más ahínco en los planes del viaje. Esperaba la proximidad de una propuesta de matrimonio. Tres semanas antes de la partida, estaba supervisando las cuentas de la casa de Robert, cuando vio un cheque por cinco mil dólares, extendido para una joyería. ‘Un anillo de compromiso’, murmuró con lágrimas en los ojos. El que hubiera costado tanto probaba que, a pesar de que Robert era mezquino en las pequeñas cosas, cuando algo era realmente importante, era financieramente generoso.

Durante semanas se sintió como en el cielo. Preparaba maravillosas comidas para Robert, se comportó de manera especialmente seductora en el dormitorio e hizo todo lo que pudo para complacerlo. Ni siquiera le molestaba cuando se quejaba porque no le había planchado bien las camisas. Después de que se casaran, las mandaría a planchar fuera.

Dos días antes de partir, Robert le pinchó un poco el globo, no lo suficiente como para explotarlo, pero sí para desinflarlo. Le pidió las cuentas del viaje, los billetes de avión, las reservas, todo lo que tenía. Luego sumó las cantidades y le dio la cinta de la calculadora.

—Esta es tu mitad.

—¿Mía?—Preguntó estúpidamente.

—Sé lo importante que es para vosotras las mujeres hoy en día pagar lo vuestro. No deseo que me acusen de ser un cerdo machista—le respondió con una sonrisa.

—No, no, por supuesto que no—murmuró ella—Es sólo que no tengo dinero.

—¿Es eso cierto? ¿Gastas todo lo que ganas? Debes aprender a administrarte.—Su voz se suavizó.—Tu familia tiene dinero.

A Dougless comenzó a dolerle el estómago. Seis meses antes un médico le advirtió que estaba provocándose una úlcera y le receto Almax para calmarla. Le había hablado a Robert sobre su familia cientos de veces. Sí, su familia tenía mucho dinero, pero su padre creía que todas sus hijas debían mantenerse solas. Ella debería mantenerse hasta los treinta y cinco años, y luego heredaría. Si se producía una emergencia, sabía que su padre la ayudaría, pero un viaje de placer a Inglaterra no podía considerarse una emergencia.

—Vamos, Dougless—continuó Robert con tono sarcástico—siempre estoy oyendo que tu familia es un modelo de amor y ayuda. ¿No te puede ayudar ahora?—Antes de que pudiera responderle, él había cambiado. Le tomó la mano y se la besó—Amorcito, trata de conseguir el dinero. Deseo tanto que vayas. Tengo una sorpresa muy, muy especial para ti.

Finalmente, no pudo tolerar pedirle dinero a su padre. Sería obligarla a admitir su derrota. Llamó a un primo en Colorado y le pidió un préstamo. Consiguió el dinero sin tener que pagar intereses y lo único que tuvo que soportar fue el sermón de su primo.

—Él es cirujano, tú eres una maestra mal pagada, vivís juntos desde hace un año. ¿Y quiere que pagues la mitad de un viaje tan costoso?

Ella hubiera deseado hablarle sobre su esperanza de una propuesta matrimonial, pero hubiera parecido demasiado victoriana.

—Sólo envíame el dinero, ¿quieres? —Le respondió.

Durante los pocos días anteriores a su partida. Dougless pensó que era justo que pagara su parte. Robert tenía razón: era el momento de la mujer liberada. Su padre, al no colocarle millones en el regazo antes de que pudiera administrarlos, le estaba enseñando a cuidar de sí misma, y Robert también. Pensó que era una tonta por no haberse dado cuenta de antemano de que debía pagar su parte.

Recuperó casi todo su buen humor, y cuando preparó las tres maletas de cuero de Robert y la suya vieja, otra vez esperaba ansiosa el viaje. Llenó su bolso de viaje con los productos de tocador necesarios y libros de viaje.

En el taxi, camino del aeropuerto, Robert se comportó de manera especialmente amable con ella. Le besó el cuello hasta que ella lo alejó, avergonzada al advertir que el taxista los estaba observando.

—¿Todavía no has adivinado la sorpresa? —Le pregunto Robert.

—Te ha tocado la lotería.

—Mejor que eso.

—Has comprado un castillo y viviremos allí para siempre como Lord y Lady.

—Mucho mejor que eso—contestó—¿Tienes idea de lo que cuesta el mantenimiento de uno de esos lugares? Creo que no podrías adivinar algo tan bueno como esta sorpresa.

Ella lo miró con amor. Ya sabía hasta cómo sería su vestido de novia. ¿Tendrían sus hijos ojos celestes como Robert o verdes como ella? ¿Cabello castaño como él o rojizo como el de ella?

—No tengo idea de cuál es la sorpresa.

Robert se apoyó sobre el asiento y sonrió.

—Pronto lo averiguarás—le comentó con tono enigmático.

En el aeropuerto, Dougless se ocupó de despachar el equipaje mientras Robert paseaba por el lugar. Mientras ella le daba una propina al mozo de equipajes, él levantó la mano para saludar a alguien. Al principio, estaba demasiado ocupada para comprender lo que sucedía.

Levantó la vista al escuchar el grito de ‘¡Papi!’ Y vio a Gloria cruzar corriendo la terminal y detrás de ella un mozo de equipajes que traía seis maletas nuevas.

Qué coincidencia, pensó, encontrar a Gloria en el aeropuerto. Observó cómo la muchacha se arrojaba sobre su padre. Momentos después, se separaron y Robert pasó un brazo sobre los rollizos hombros de su preciada hija, que llevaba una chaqueta con flecos y botas de vaquero; parecía una artista de striptease de los sesenta.

—Hola, Gloria—le dijo Dougless—¿Vas a algún lado?

Gloria y su padre empezaron a reírse.

—No se lo has contado—chilló la niña.

Robert se puso serio.

—Esta es la sorpresa—le explicó, empujando a la niña hacia delante como si fuera un horrible trofeo ganado por Dougless—¿No es una maravillosa sorpresa?

Dougless aún no comprendía, o quizás estaba demasiado horrorizada para querer comprender.

Él la abrazó.

—Mis dos chicas vienen conmigo—agregó.

—¿Las dos?—Murmuró Dougless.

—Sí. Gloria es la sorpresa. Viene con nosotros a Inglaterra.

Ella deseaba gritar, chillar, negarse a ir. No hizo ninguna de estas cosas.

—Pero todas las habitaciones de los hoteles son para dos—pudo decir finalmente.

—Entonces pediremos que nos coloquen otra cama. Nos arreglaremos. Nos queremos, y eso es suficiente—quitó el brazo del hombro de Dougless—Ahora a los negocios. ¿Podrías sacar el pasaje de Gloria mientras pregunto cierta información?

Sólo pudo asentir con la cabeza. Se dirigió a la ventanilla de los pasajes bastante aturdida. Tuvo que pagar doscientos ochenta dólares por las cuatro maletas extra de la niña y tuvo que darle una propina al mozo. En el avión, Robert sentó a Gloria entre ellos, y ella terminó en el pasillo. Durante el vuelo él le entregó sonriendo el pasaje de Gloria.

—Pon esto en la lista de gastos comunes, ¿quieres? Y necesito un balance detallado del dinero gastado centavo a centavo. Mi contable cree que puedo deducir todo el viaje.

—Pero es un viaje de placer, no de negocios.

Robert frunció el entrecejo:

—No vas a sermonearme, ¿verdad? Lleva el control, y cuando regresemos a casa dividiremos los gastos entre los dos.

Dougless miró el pasaje de Gloria.

—Querrás decir entre tres, ¿verdad? Yo un tercio, y dos tercios para ti y para Gloria.

Él la miró con horror y pasó el brazo alrededor de Gloria de manera protectora, como si Dougless hubiera tratado de golpear a la niña.

—Quise decir entre dos. Gloria es también para que tú la disfrutes. El dinero gastado no es nada comparado con la alegría que tendrás con su compañía.

Dougless se volvió. Durante el resto del prolongado viaje se dedicó a leer, mientras Gloria y Robert jugaron a las cartas y la ignoraron. Tomo Almax dos veces para evitar que su estómago se devorara a sí mismo.

 

 

Ahora, en el coche, Dougless se frotaba el estómago dolorido. Trato de divertirse durante los cuatro días que llevaban en Inglaterra. Trató de no quejarse la primera noche en la hermosa habitación del hotel cuando Gloria protestó tanto por la cama de ruedas que habían colocado después de que el dueño la hubiera sermoneado por la inesperada llegada de la niña, que Robert le pidió que se acostara con ellos. Terminó durmiendo en la cama de ruedas. Tampoco se quejó cuando Gloria pidió tres platos en un costoso restaurante para poder ‘probar todo’.

Deja de ser tan tacaña, siempre pensé que eras una persona generosa —le recriminó Robert, entregándole la abultada cuenta, de la cual debería pagar la mitad.

Mantuvo la boca cerrada, pues sabía que en algún lugar del equipaje de Robert había un anillo de compromiso de cinco mil dólares. Al pensar en ello, recordaba que la amaba de verdad. Y todo lo que hacía por Gloria también lo hacía por amor.

Pero después de la noche anterior, los sentimientos de Dougless estaban comenzando a cambiar. Esa noche, en otra cena de ciento cincuenta dólares, Robert le entregó a Gloria una caja de terciopelo azul. Dougless tuvo una sensación de decaimiento mientras observaba cómo la niña la abría.

La mirada de Gloria se encendió cuando miró el interior.

—Pero papi, no es mi cumpleaños —murmuró.

—Lo sé, Muffin—respondió Robert con suavidad—Es solo para decirte que te quiero.

La niña sacó de la caja una pulsera llena de diamantes y esmeraldas.

Dougless suspiró, pues sabía que estaban poniendo su anillo de compromiso en la muñeca regordeta de Gloria.

La niña se la enseñó con aire de triunfo.

—¿Ves?

—Sí, veo —respondió Dougless con frialdad.

Más tarde, fuera de la habitación, Robert se mostró furioso con ella.

—No has demostrado mucho entusiasmo por la pulsera. Gloria ha tratado de enseñártela. Ha tratado de darte muestras de amistad, pero tú la has desairado. La has herido profundamente.

—¿Por eso pagaste cinco mil dólares? ¿Por una pulsera para una niña?

—Gloria se convertirá en una mujer hermosa y merece cosas hermosas. Y por otra parte, es mi dinero. No estamos casados y no tienes ningún derecho legal sobre mi dinero

Dougless le puso las manos sobre los brazos.

—¿Nos vamos a casar? ¿Sucederá algún día?

Se apartó de ella.

—No, sí no comienzas a mostrarnos un poco de amor y generosidad. Creí que eras diferente, pero ahora veo que eres tan fría como mi madre. Tengo que ir a consolar a mi hija. Probablemente esté llorando por la forma en que la trataste—entró enojado en la habitación.

Dougless se apoyó contra la pared.

—Unos pendientes de esmeraldas secarían sus lágrimas—murmuró.

 

Por eso ahora, en el coche, se sentó con el cuerpo retorcido entre las maletas de Gloria y sabía que no le harían ni un proposición de matrimonio ni le darían un anillo. En lugar de ello, pasaría el viaje de un mes actuando como la secretaria — criada de Robert Whitley y de su odiosa hija. Por el momento, no estaba segura de lo que iba a hacer, pero la tentaba la idea de tomar el primer avión de regreso a casa.

Mientras lo pensaba, miró la parte trasera de la cabeza de Robert y su corazón se conmovió. Si lo abandonaba, ¿se sentiría tan traicionado por ella como por su madre y su primera esposa?

—¡Dougless!—Gritó Robert—¿Dónde está la iglesia? Creí que ibas a encargarte de los mapas de carreteras. No puedo conducir y consultarlos.

Ella tomó con torpeza el mapa y miró, con la gran cabeza de Gloria en medio, para tratar de ver los carteles indicadores.

—¡Aquí! Gira a la derecha.

Robert tomó uno de los angostos senderos ingleses, con arbustos a ambos lados que casi lo cubrían, y se dirigió hacia el remoto pueblo de Ashburton, un lugar que parecía no haber cambiado desde hacía cien años.

—Aquí hay una iglesia del siglo trece que contiene la tumba de un conde isabelino.—Dougless consultó sus apuntes.—Lord Nicholas Stafford, muerto en 1564.

—¿Tenemos que ver otra iglesia?—Se quejó Gloria—Estoy harta de iglesias. ¿No podría encontrar ella algo mejor para ir a ver?

—Me dijeron que buscara lugares históricos—replicó Dougless.

Robert detuvo el automóvil frente a la iglesia y se volvió para mirar a Dougless.

—El comentario de Gloria está bien y no veo la razón de tu enfado. Estás logrando que comience a arrepentirme de haberte traído.

—¿Traerme?—Replicó Dougless, pero él se alejó, abrazando a Gloria—Estoy pagando mi parte—murmuró para nadie.

Dougless no entró en la iglesia con Robert y Gloria. En lugar de eso, permaneció fuera, caminado por el cementerio, observando distraída las antiguas tumbas. Tenía que tomar algunas decisiones serias y deseaba tiempo para pensar. ¿Debía quedarse y pasarlo fatal, o debía marcharse? Si se iba, sabía que Robert nunca la perdonaría, y todo el tiempo y el esfuerzo que había invertido en él habrían sido en vano.

—Hola.

Se sobresaltó al ver a Gloria justo detrás de ella. Su pulsera de diamantes brillaba con el sol.

—¿Qué quieres?—Le preguntó con suspicacia.

—Tú me odias, ¿verdad?—Respondió Gloria extendiendo su labio inferior.

Dougless suspiró:

—Yo no te odio. ¿Por qué no estás dentro mirando la iglesia?

—Me aburría. Esa es una blusa bonita, parece muy cara. ¿Te la compró tu familia rica?

Observó a la niña, dio la vuelta y se alejó.

—¡Espera! —Gritó Gloria—¡Ay!

Dougless se dio la vuelta y la vio tirada junto a una lápida de superficie áspera. Suspirando, regresó para ayudarla a levantarse, y para su consternación, Gloria comenzó a llorar. Dougless no podía abrazarla, pero le dio unas palmaditas en el hombro. El brazo de la niña estaba lastimado en el lugar donde se golpeó contra la piedra.

—No puede dolerte tanto, ponte tu nueva pulsera en ese brazo y apuesto a que el dolor cesará—le dijo.

—No es eso—respondió Gloria— Es que tú me odias. Papá me dijo que creías que mi pulsera iba a ser un anillo de compromiso.

Dougless retiró la mano y se endureció.

—¿Qué le ha hecho pensar eso?

Gloria la miró de reojo.

—Oh, él lo sabe todo. Sabe que creías que su sorpresa iba a ser una proposición de matrimonio y que pensabas que el cheque para el joyero era por un anillo de compromiso. Papá y yo nos reímos mucho de eso.

Dougless estaba tan rígida que su cuerpo comenzó a temblar.

La niña sonrió con malicia.

—Papa dice que eres una verdadera molestia, siempre rondando, mirándolo con ojos de vaca. Papá dice que si no fueras tan buena en la cama, se librar...

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