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Virginia Woolf : La Señora Dalloway
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UNIVERSIDAD DE CHILE FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - ® 1999 Programa de Informática
El Autor de la Semana: Septiembre 1999
Colección de Libros Electrónicos - Biblioteca Virtual de la Facultad de Ciencias Sociales
Diagramación, gráficos, versiones HTML y PDF: Oscar E. Aguilera F.
Digitalización y corrección de texto: Carolina Huenucoy
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Virginia Woolf : La Señora Dalloway
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Virginia Woolf
(1882-1941)
Novelista y crítica británica cuya técnica del monólogo interior y estilo poético se consideran entre
las contribuciones más importantes a la novela moderna.
Adeline Virginia Stephen, hija del biógrafo y filósofo Leslie Stephen, nació en Londres y estudió
en su casa. Después de la muerte de su padre en 1905, habitó con su hermana Vanessa pintora
que se casaría con el crítico Clive Bell y sus dos hermanos en una casa del barrio londinense de
Bloomsbury que se convirtió en lugar de reunión de librepensadores y antiguos compañeros de
universidad de su hermano mayor. En el grupo, conocido como Grupo de Bloomsbury, participó
además de Bell y otros intelectuales londinenses el escritor Leonard Woolf, con quien se casó
Virginia en 1912. En 1917 ambos fundaron la editorial Hogarth.
Sus primeras novelas, Fin de viaje (1915), Noche y día (1919) y El cuarto de Jacob (1922), ponen
de manifiesto su determinación por ampliar las perspectivas de la novela más allá del mero acto
de la narración. En sus novelas siguientes, La señora Dalloway (1925) y Al faro (1927), el
argumento surge de la vida interior de los personajes, y los efectos psicológicos se logran a través
de imágenes, símbolos y metáforas. Los personajes se despliegan gracias al flujo y reflujo de sus
impresiones personales, sentimientos y pensamientos: un monólogo interior en el que los seres
humanos y sus circunstancias normales aparecen como extraordinarios. Influida por el filósofo
francés Henri Bergson, Woolf, como el escritor francés Marcel Proust, se adentra en la idea del
tiempo. Los acontecimientos en La señora Dalloway abarcan un espacio de doce horas y el
transcurso del tiempo se expresa a través de los cambios que paso a paso se suceden en el interior
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de los personajes, en la conciencia que tienen de sí mismos, de los demás y de sus mundos
caleidoscópicos. De sus restantes novelas, Las olas (1931) es la más evasiva y estilizada, y Orlando
(1928), más o menos basada en la vida de su amiga Vita Sackville-West, es una fantasía histórica
a la vez que un análisis del sexo, la creatividad y la identidad.
También escribió biografías y ensayos; en Una habitación propia (1929), defendió los derechos de
la mujer. Su correspondencia y sus diarios, publicados póstumamente, son valiosos tanto para los
escritores en ciernes como para los lectores de su obra. El 29 de marzo de 1941 se suicidó
ahogándose.
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La señora Dalloway decidió que ella misma compraría las flores.
Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que suficiente. Había que desmontar las puertas;
acudirían los operarios de Rumpelmayer. Y entonces Clarissa Dalloway pensó: qué
mañana diáfana, cual regalada a unos niños en la playa.
¡Qué fiesta! ¡Qué aventura! Siempre tuvo esta impresión cuando, con un leve gemido de las
bisagras, que ahora le pareció oír, abría de par en par el balcón, en Bourton, y salía al aire
libre. ¡Qué fresco, qué calmo, más silencioso que éste, desde luego, era el aire a primera
hora de la mañana. . .! como el golpe de una ola; como el beso de una ola; fresco y
penetrante, y sin embargo (para una muchacha de dieciocho años, que eran los que
entonces contaba) solemne, con la sensación que la embargaba mientras estaba en pie ante
el balcón abierto, de que algo horroroso estaba a punto de ocurrir; mirando las flores
mirando los árboles con el humo que sinuoso surgía de ellos, y las cornejas alzándose y
descendiendo; y lo contempló, en pie, hasta que Peter Walsh dijo: ¿Meditando entre
vegetales?¿fue eso?, Prefiero los hombres a las coliflores¿fue eso?
Seguramente lo dijo a la hora del desayuno, una mañana en que ella había salido a la
terraza. Peter Walsh. Regresaría de la India cualquiera de estos días, en junio o julio,
Clarissa Dalloway lo había olvidado debido a lo aburridas que eran sus cartas: lo que una
recordaba eran sus dichos, sus ojos, su cortaplumas, su sonrisa, sus malos humores, y,
cuando millones de cosas se habían desvanecido totalmente ¡qué extraño era!, unas
cuantas frases como ésta referente a las verduras.
Se detuvo un poco en la acera, para dejar pasar el camión de Durtnall. Mujer encantadora
la consideraba Scrope Purvis (quien la conocía como se conoce a la gente que vive en la
casa contigua en Westminster); algo de pájaro tenía, algo de grajo, azul-verde, leve, vivaz,
a pesar de que había ya cumplido los cincuenta, y de que se había quedado muy blanca a
raíz de su enfermedad. Y allí estaba, como posada en una rama, sin ver a Scrope Purvis,
esperando el momento de cruzar, muy erguida.
Después de haber vivido en Westminster¿cuántos años llevaba ahora allí?, más de
veinte, una siente, incluso en medio del tránsito, o al despertar en la noche, y de ello
estaba Clarissa muy cierta, un especial silencio o una solemnidad, una indescriptible
pausa, una suspensión (aunque esto quizá fuera debido a su corazón, afectado, según
decían; por la gripe), antes de las campanadas del Big Ben. ¡Ahora! Ahora sonaba solemne.
Primero un aviso, musical; luego la hora, irrevocable. Los círculos de plomo se disolvieron
en el aire. Mientras cruzaba Victoria Street, pensó qué tontos somos. Sí, porque sólo Dios
sabe por qué la amamos tanto, por que la vemos así, creándose, construyéndose alrededor
de una, revolviéndose, renaciendo de nuevo en cada instante; pero las más horrendas
arpías, las más miserables mujeres sentadas ante los portales (bebiendo su caída) hacen lo
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