Tolstoi, Leon - El sitio de Sebastopol.pdf

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EL SITIO DE
SEBASTOPOL
CONDE LEÓN
TOLSTOI
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EL SITIO DE SEBASTOPOL
EL SITIO DE SEBASTOPOL EN
DICIEMBRE DE 1854.
El crepúsculo matutino colorea el horizonte ha-
cia el monte, Sapun; la superficie del mar, azul obs-
cura, va, surgiendo de entre las sombras, de la
noche y sólo espera el primer rayo de sol para ca-
brillear alegremente; de la bahía, cubierta de brumas,
viene frescachón el viento; no se ve ni un copo de
nieve; la tierra está negruzca, pero, la escarcha hiere
el rostro y cruje bajo los pies. Sólo el incesante ru-
mor de las olas, interrumpido a intervalos por el
estampido sordo del cañón, turba la calma del ama-
necer. En los buques de guerra todo permanece en
silencio. El reloj de arena acaba de marcar las ocho,
y hacia el Norte la actividad del día reemplaza poco
a poco a la calma de la noche. Aquí, un pelotón de
soldados que va a relevar a los centinelas; óyese el
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CONDE LEÓN TOLSTOI
ruido metálico de sus fusiles; un médico, que se di-
rige apresuradamente hacia su hospital; un soldado
que se desliza fuera de su choza para lavarse con
agua helada el rostro curtido, y vuelta la faz a
Oriente reza su oración, acompañada de rápidas
persignaciones. Allá, enorme y pesado furgón de
crujientes ruedas, tirado por dos camellos, llega al
cementerio donde recibirán sepultura los muertos
que, apilados, llenan el vehículo. Al pasar por el
puerto, produce desagradable sorpresa la mezcla de
olores; huele a carbón de piedra, a estiércol, a hu-
medad, a carne muerta.
Mil y mil objetos varios; madera, harina, ga-
viones, carne, vense arrojados en montón por todas
partes.
Soldados de diferentes regimientos, unos con
fusiles y morrales, otros sin morrales ni fusiles,
agólpanse en tropel, fuman, discuten y transportan
los fardos al vapor atracado junto al puente de ta-
blas y próximo a zarpar. Botes y lanchas particulares
llenos de gente de todas clases, soldados, marinos,
vendedores y mujeres, abordan al desembarcadero y
desatracan de él sin cesar.
-Por aquí, Vuestra, Nobleza; a la Grafskaya!- y
dos o tres marineros viejos, de pie en sus botes, os
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EL SITIO DE SEBASTOPOL
ofrecen sus servicios. Escogéis el más próximo, pa-
sando sin pisar sobre el cadáver medio descom-
puesto de un caballo negro sumergido en el fango, a
dos pasos de la barquilla, y vais a sentaros a popa,
cogiendo la caña del timón. Os alejáis de la ribera;
en torno vuestro brilla el mar herido por el sol de la
mañana; ante vos, un atezado marinero, envuelto en
su gabán de piel de camello, y un muchacho de ca-
bellera rubia, reman rápidamente. Dirigís la vista
hacia los buques gigantescos, de casco pintado a
franjas, por la rada esparcidos; a las lanchas, puntos
negros que bogan sobre el azul rielante de las olas ,á
los lindos edificios de la ciudad, de colores claros
que el sol naciente tiñe de sonrosado matiz; a la lí-
nea blanca, de espuma que rodea el rompeolas y los
barcos sumergidos, de los que surgen tristemente,
sobre la superficie del agua, las negras puntas de los
mástiles; hacia la escuadra enemiga, que sirve de fa-
ro en el lejano cristal de las aguas, y en fin, a las on-
das rizadas en que juguetean los glóbulos salinos
que los remos hacen saltar con sus golpeteos. Y oís
al propio tiempo el sonido uniforme de las voces
que el agua os trae, y el tronar grandioso del caño-
neo, que parece ir aumentando en Sebastopol.
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