Alfred Elton Van Vogt - Slan.pdf

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SLAN
A. E. VAN VOGT
Traducción de
MANUEL BOSCH BARRET
E. D. H. A. S. A.
BARCELONA BUENOS AIRES
TITULO DEL ORIGINAL EN INGLES: « SLAN »
Depósito Legal: B. 3961 -1963
© by Editora y Distribuidora Hispano Americana, S. A.
Avda. Infanta Carlota, 129. Barcelona
N.º. Rgtro. 3075-55
Edición electrónica de d iaspar. Málaga Septiembre de 1999
PROLOGO
por
Miguel Masriera
A. E. van Vogt no es un desconocido para los lectores de COLECCION NEBULAE que
ha publicado ya otra novela su ya: «Los monstruos del espacio» en uno de sus primeros
tomos. Todavía está vivo entre nuestros lectores el recuerdo de esta novela y una parte,
es verdad que no muy numerosa pero si muy selecta, de ellos ha considerado esta obra
como una de las más interesantes que habíamos dado a conocer al público de habla
castellana.
Que este sector de nuestro público no estaba equivocado lo demuestra muy a las claras
el hecho de que A. E. Van Vogt se haya convertido en uno de los clásicos de esta rama
a que se dedica nuestra biblioteca y que en los países de habla anglosajona se
denomino «Ficción Científica». Precisamente una de las obras que más ha contribuido
a establecer la reputación literaria de este autor es la que hoy ofrecemos a nuestros
lectores y que tanto en español como en inglés lleva el título SLAN. Pocas obras de este
género tienen una historia editorial más curiosa; fue publicada por primera vez, como
folletín en 1940 - una época que, por próxima que pueda parecer al lector de obras
literarias corrientes, al de «Ficción Científica» le parece pertenecer ya a un remoto
clasicismo - y su éxito fue tan grande que rayó en lo legendario. En vista de ello se
publicó en forma de libro en 1945, pero la edición se agotó tan pronto que hasta hace
poco tiempo, en el mercado de libros de este género, era corriente pagar por ella
precios relativamente tan exorbitantes como 15 dólares o más. En efecto, tan grande
era su fama que todos habían oído hablar de ella pero pocos eran los que la habían
podido leer.
Recientemente A. E. van Vogt ha revisado su obra en una nueva edición, que es la que
ofrecemos hoy a nuestros lectores (aunque sus «predicciones» respecto a la energía
atómica y a las características de un Estado policíaco no han sido alteradas y
conservan por tanto su valor premonitorio).
Van Vogt es un autor concienzudo, si cabe utilizar esta palabra en los que cultivan este
género en que el factor predominante es la fantasía. Y seguramente cabe emplearlo en
el sentido de que su fantasía está cuidadosamente controlada por una madura reflexión
y por un sentido científica de lo que será nuestro futuro. Este último la mayoría de
novelistas que intentan vislumbrarlo, nos lo pintan a base de unos progresos científicos
no demasiado difíciles de imaginar o de unas relaciones con supuestos habitantes de
otros planetas que se creen accesibles que, aunque puedan impresionar fácilmente al
lector ingenuo, al más exigente y de madura reflexión, la mayor parte de las veces no le
interesan demasiado. A. E. van Vogt no sigue este fácil camino y especula más bien
sobre las dificultades que en el futuro puedan surgir por motivos psicológicos. Ya en
«Los monstruos del espacio» el tema esencial, el motivo principal de preocupación,
más que estos «monstruos» eventuales que el hombre pudiese encontrar en las regiones
interplanetarias e interestelares, era la manera como los hombres debían entenderse
entre sí para poder luchar contra este peligro. En SLAN el conflicto que se plantea en
el porvenir tampoco es de máquinas, monstruos ni artefactos - que son lo accesorio y
descontado -. es un conflicto psicológico, es el conflicto de una raza netamente
diferenciada y superior a la de los hombres corrientes, que tiene que luchar, como una
minoría en el seno de éstos, para mejorarlos y hacer posible una humanidad más
perfecta.
Esperamos que lo emocionante de la trama, el profundo sentido humano y la bien
controlada fantasía del autor harán de esta obra una de las preferidas de nuestros
lectores.
A mi esposa E. Mayne Hull .
I
Cuando la madre agarró la mano de su hijo la encontró fría.
Mientras avanzaban apresuradamente por la calle su temor se manifestaba en forma de
una pulsación que se transmitía de su mente a la de su hijo. Cien pensamientos más
llegaban a su cerebro procedentes de la muchedumbre que desfilaba a su lado y del
interior de las casas delante de las cuales pasaban. Pero sólo los pensamientos de su
madre llegaban a él de una forma, clara, coherente... y atemorizados.
- Nos siguen, Jommy - le telegrafiaba su cerebro -. No están seguros pero sospechan.
Nos hemos arriesgado con demasiada frecuencia viniendo a la capital, si bien esta vez
tenía esperanzas de enseñarte la forma slan de entrar en las catacumbas donde está
oculto el secreto de tu padre. Jommy, si ocurre algo, ya sabes lo que debes hacer. Lo
hemos practicado con bastante frecuencia. Y no tengas miedo, Jommy, no te inquietes.
Puedes no tener más que nueve años, pero eres tan inteligente como un ser humano
normal de quince.
«No tengas miedo. » Fácil de aconsejar, pensaba Jommy, ocultándole su pensamiento.
Si su madre hubiese sabido que le ocultaba algo, que había un secreto entre ellos no le
hubiera gustado, pero había cosas que tenía que ocultárselas, no debía saber que tenía
miedo también.
Todo aquello era nuevo y emocionante. Era una emoción que experimentaba cada vez
que salían del tranquilo suburbio en donde vivían para venir al corazón de Centrópolis.
Los vastos parques, las millas y millas de rascacielos, el tumulto de la muchedumbre le
parecían siempre más maravillosos de lo que su imaginación se había figurado. Allí
estaba la sede del gobierno. Allí vivía, por decirlo así, Kier Gray, dictador absoluto de
todo el planeta. Hacia ya mucho tiempo, centenares de años, que los slans habían
dominado Centrópolis durante su breve periodo de ascendencia.
- Jommy, ¿no sientes su hostilidad? ¿No puedes sentir las cosas a distancia, todavía?
Jommy se estremeció. Aquella especie de vaga sensación que emanaba de la
muchedumbre que pasaba por su lado se convertía en un torbellino de miedo mental.
Sin saber de dónde, llegaba a él el pensamiento:
- Dicen que a pesar de todas las precauciones hay todavía slans en la ciudad, y la orden
es darles muerte a primera vista.
- Pero ¿no es peligroso? - dijo un segundo pensamiento, sin duda una pregunta
formulada en voz alta, si bien Jommy sólo captó la idea mental -. Una persona
perfectamente inocente puede ser muerta por un error.
- Por esto raras veces los matan a primera vista. Tratan de capturarle y los examinan.
Sus órganos internos son diferentes de los nuestros, ya lo sabes, y en la cabeza hay...
Jommy, ¿no sientes? Están a una manzana detrás de nosotros, en un gran coche.
Esperan refuerzos para cercarnos. Trabajan aprisa. ¿No captas sus pensamientos,
Jommy?
¡No podía! Por muy intensamente que tratase de concentrarse, sólo conseguía sudar. En
esto las maduras facultades de su madre sobrepasaban sus precoces instintos. Ella podía
suprimir distancias y convertir tenues vibraciones en imágenes coherentes.
Hubiera querido volverse, pero no se atrevía. Tenía que hacer un esfuerzo con sus
pequeñas, aunque ya largas piernas, para seguir el paso de su madre. Era terrible ser
pequeño, inexperimentado y joven, cuando su vida requería la fuerza de la madurez, la
vigilancia de un slan adulto. Los pensamientos de su madre penetraban a través de sus
reflexiones.
Hay algunos delante de nosotros y otros que cruzan la calle, Jommy. Tienes que seguir
adelante, querido, no olvides lo que te he dicho. No vives más que para una cosa: para
hacer posible a los slans llevar una vida normal. Creo que tendrás que matar a nuestro
gran amigo Kier Gray, aunque esto represente tener que entrar en el gran palacio en
busca de él. Recuerda que habrá mucho barullo, gritos y confusión, pero conserva tu
cabeza. Buena suerte, Jommy.
Hasta que su madre hubo soltado su mano después de darle un apretón, Jommy no se
dio cuenta de que el temor de sus pensamientos había cambiado. El miedo había
desaparecido. Una apaciguadora tranquilidad invadía su cerebro, calmando sus
excitados nervios, atenuando el latir de sus dos corazones.
Mientras Jommy se metía detrás del amparo ofrecido por un hombre y una mujer que
pasaban por su lado tuvo tiempo de ver unos hombres que se lanzaban sobre la alta
figura de su madre, pese a su aspecto completamente normal y humano, con sus
pantalones y su blusa roja, y el cabello recogido en un pañuelo anudado. Los hombres,
vestidos de paisano, cruzaban la calle con la sombría expresión de lo desagradable de la
tarea que tenían que llevar a cabo. Lo odioso de todo aquello, del deber que debían
cumplir, coaguló en una idea que saltó al cerebro de Jommy en el mismo momento en
que todos sus pensamientos se concentraban en su fuga. ¿Por qué tenía él que morir?
¿Él, y su madre, tan maravillosa, sensible, inteligente? Todo aquello era un terrible
error.
Un coche reluciente como una bella joya bajo el sol pasó raudo por el borde de la acera.
Jommy oyó la voz ronca de un hombre gritar, dirigiéndose a él: «¡Para ¡Allí está el
muchacho! ¡Que no se escape! ¡Cogedlo!»
La gente se detenía a mirar. Él sentía el torbellino de sus pensamientos, pero había dado
ya la vuelta a la esquina y corría velozmente por Capital Avenue. Vio un coche que
arrancaba de la acera y aceleró su carrera. Sus dedos anormales se agarraron al
parachoques trasero y se instaló en él mientras el coche iba ganando velocidad por entre
el barullo del tránsito. De alguna fuente desconocida llegó a él el pensamiento:
- ¡Buena suerte, Jommy!
Porque durante nueve años su madre lo había educado para este momento, pero se le
hizo un nudo en la garganta al responder: « ¡Buena suerte, madre!»
El coche iba demasiado aprisa, las millas se sucedían velozmente. La gente se detenía
para mirar a aquel muchacho en aquella situación peligrosa, agarrado al parachoques
posterior del automóvil. Jommy sentía la intensidad de sus miradas, unas ideas que
brotaban en sus cerebros y se transformaban en agudos gritos. Gritos dirigidos, al
chófer, que no los oía. Veía en su mente los transeúntes meterse en los teléfonos
públicos y telefonear a la policía que había un muchacho agarrado al parachoques de un
auto. Jommy esperaba ver de un momento a otro una patrulla avanzar al lado del
automóvil y mandar detenerse. Asustado, concentró sus pensamientos ante todo en los
ocupantes del auto.
Captó dos vibraciones cerebrales. Al captarlas se estremeció y estuvo á punto de dejarse
caer al pavimento. Lo miró y volvió a aferrarse al parachoques, asustado. El pavimento
era algo terrible y borroso, deformado por la velocidad. Sin quererlo su cerebro se puso
en contacto con el de los ocupantes del coche. La mente del chófer estaba concentrada
en la maniobra del auto. Una vez pensó, como un destello, en la pistola que llevaba en la
funda bajo el hombro. Se llamaba Sam Enders y era el chófer y guardia de corps del que
iba sentado a su lado, John Petty, jefe de la policía secreta del todopoderoso Kier Gray.
La identidad del jefe de policía penetró en el cerebro de Jommy como un shock
eléctrico. El notorio persecutor de slans estaba arrellanado en su asiento, indiferente a la
velocidad del coche, la mente absorbida en una apacible meditación.
¡Mente extraordinaria! Imposible leer en ella otra cosa, que unas leves pulsaciones
superficiales. Jommy se dijo, atónito que no era como si John Petty disimulase
conscientemente sus pensamientos, pero sin duda alguna había en su mente una reserva
tan secreta y segura como la de cualquier slan. Y no obstante era diferente. Sus acentos
revelaban claramente un carácter implacable, una mente brillante, fuertemente educada.
Súbitamente Jommy capto el final de un pensamiento que alteró la calma de John Petty,
traído a la superficie como por un arranque de pasión. «Tengo que matar a esta
muchacha slan, Kathleen Layton... Es la única manera de socavar el terreno a Kier
Gray...»
Jommy hizo un frenético esfuerzo para seguir el pensamiento, pero estaba ya fuera de su
alcance, en las sombras. Mas tenía el indicio. Una muchacha llamada Kathleen Layton
tenía que ser muerta a fin de socavar el terreno a Kier Gray.
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